Juan, se enfrentó a una verdad incómoda mientras se miraba en el espejo una mañana. Notó las ojeras profundas y la falta de brillo en sus ojos. Su tos era profunda. Su estómago, duro. Su cuerpo inflamado. Sabía que no estaba cuidando su salud, pero el impulso de seguir adelante, sin importar las señales de advertencia, era una fuerza poderosa.

Una tarde, reflexionó sobre su comportamiento autodestructivo. Se dio cuenta de que, a pesar de conocer los riesgos para su salud, seguía descuidándose. Profundizando en sus pensamientos, recordó la presión social y la percepción distorsionada del éxito que lo habían llevado a este camino.

En su búsqueda constante de logros, Juan se había sumergido en una cultura que glorificaba la sobreexplotación y la falta de cuidado personal. El miedo al fracaso y la necesidad de mantener una fachada impecable lo empujaban a ignorar las señales de su cuerpo. La percepción de que cuidarse a sí mismo era una debilidad se había arraigado en su mente.

Fue entonces cuando Juan decidió desafiar esas nociones preconcebidas. Se dio cuenta de que el verdadero éxito no radicaba en la negación de sus necesidades básicas, sino en abrazarlas. Comenzó a cambiar sus hábitos, no solo por su salud, sino también para desafiar la narrativa tóxica que lo había atrapado.

La moraleja que Juan descubrió es que a veces nos descuidamos no solo por ignorancia, sino por las presiones y expectativas sociales que nos rodean. Reconocer y desafiar esas creencias distorsionadas es el primer paso hacia un equilibrio verdadero y duradero.

Juan construyó su nuevo mundo

Primero sus necesidades vitales, luego el resto de cosas. Si las primeras caen, el resto es una vida no vivida

 

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